Las meigas son los seres de la mitología gallega mas populares, son mujeres adoradoras del diablo y que con sus ritos pueden echar maleficios y hacer pociones curativas. Esta superstición obliga a una serie de ritos muy especiales para ahuyentar posibles peligros: guardar una herradura en el hogar, tras la puerta de entrada, o llevar consigo un diente de ajo, una castaña pilonga o varios objetos que libren del mal de ojo u otros hechizos.
Estas están dotadas de poderes extraordinarios pudiéndose transformar en animales domésticos, hundirnos en el engaño de convivir con ellas sin saberlo.
No queda ninguna huella física de María Soliña pero a pesar de esto la supuesta bruja de Cangas permanece en la memoria popular por su triste historia.
Su padre y su marido, ambos marineros murieron víctimas de la piratería turca. Sola y desamparada, ya de anciana mendigó por los caminos y se llegó a decir de ella que era bruja hasta caer en las garras del terrible tribunal del Santo Oficio.
Se llegó a afirmar que tenía tratos carnales con el demonio, por lo que fue torturada hasta que confesó ser todo de lo que era acusada.
Falleció poco después y sus restos fueron enterrados lejos de ámbito sagrado, por lo que no se sabe nada de donde yace su cuerpo.
Se las concibe y representa como viejecillas semejantes a todas las malvadas hechiceras de cuentos de hadas. En muchas aldeas eran (son) consideradas como las causantes de sucesos fatídicos, desgracias inesperadas y muertes.
En muchos comercios de recuerdos de Santiago se vende toda suerte de objetos relacionados con la presencia de las meigas en Galicia: rezos, conjuros, estampas, pequeñas brujitas para alejar los malos ojos, favorecer el éxito laboral, protegerse la salud o tener suerte en el amor.
Los diferentes tipos de meigas:
Dama de castro: Estas meigas viven bajo castros milenarios o bajo tierra en un castillo de cristal, llevan siempre un largo vestido blanco de cola y siempre atienden a solicitudes de la gente. Ya que goza de bienestar y fortuna ningún tipo de halago o favor sirven para recibir de ella consejos o regalos; al contrario suele aparecerse a personas afligidas por alguna situación difícil de su vida, y a esas personas de condición humilde otorga sus favores.
Meigas-chuchonas (o chupadoras): Son las más peligrosas, y se presentan con distintas caras o caretas, chupan la sangre a los niños y les roban los untos para ser empleados en la confección de pomadas.
Asumcordas o brujas callejeras: Espias de las gente y vigilantes de quienes entran y salen de las casas.
Marimanta: Es la meiga del saco, roba niños y los hace desaparecer.
Feiticeira: Viven cerca de los ríos y riachuelos, aunque anciana, su aspecto no repele, posee una voz muy bella que con sus cantos hinoptiza a los chicos que se acercan al río y hace que se vayan metiendo en el río, donde al fin se ahogarán.
Lavandeira: Esta meiga sorprende al caminante por la noche mientras lava la ropa, invitando a este a que colabore. Esta persona ha de hacerlo pues de lo contrario estará expuesta a serias desgracias. Su aspecto es totalmente común, es como cualquier otra anciana diferenciándose porque las prendas que lavan están manchadas de sangre, a consecuencia, según se dice, de un mal parto. Se dice que la lavandera no pertenece al reino de los vivos y el modo de liberarse de ella es pasar de largo sin dirigirle palabra alguna.
Lobismuller (mujer loba): Tienen que haber nacido en Nochebuena o Viernes Santo, o bien ser la séptima o novena hija de una familia en que todos los hijos son mujeres.
Vedoira: Es esbelta y agradable en el trato. Posee facultades adivinatorias, y son expertas en contactar con el más allá para decir si alguien fallecido está gozando eternamente en el cielo o si aún penan en el Purgatorio.
Cartuxeira: Son meigas echadoras de cartas, que siempre aciertan en sus vaticinios.
Agoreira: Estas meigas envejecen prematuramente, pero viven muchísimos años.
Os dejo una historia:
Manuel se llevo la mano a la cabeza, aquel dolor le estaba matando, el vino de Moncho cada vez era más peleón, se sentía un tanto desorientado, no entendía como se había liado tanto y lo peor es que parecía tener una laguna mental , no recordaba muy bien las últimas horas. Miro el reloj con preocupación, era tarde María debía de estar preocupada.
- ¡Uf voy a tener que ir por el monte! – pensó.
El camino de la carretera era mucho más largo y por el monte ahorraría bien unos 15 minutos, así que con pocas ganas se dirigió al monte.
Era una oscura noche de Noviembre, Manuel no pudo dejar de recordar las historias de su abuelo sobre las animas que pasean por la noche, sacudió la cabeza tratando de espantar malos pensamientos y continúo caminando. Un frio viento del norte pareció levantarse a su alrededor, a lo lejos pudo ver como una espesa y húmeda niebla iba levantándose, se maldijo para sus adentros
-¿Por que me tuve que liar?
De pronto a lejos observó unas luces como de farolillos en fila que parecían moverse entre la niebla, un escalofrió recorrió su espalda recordando las historia del abuelo.
- Vamos hombre son solo cuentos, esto es por culpa del vino.- se dijo intentando auto convencerse.
Las luces se acercaban como si lo buscaran a él.
Pronto Manuel observó una fila de encapuchados que se le acercaban, paralizado por el terror no pudo hacer nada más que esperar a que llegaran a su lado. La procesión de encapuchados paso a su lado, mientras Manuel contenía la respiración. Al pasar el último se giró hacia Manuel y con la mano le indicó que le siguiera.
- ¡No quiero! – grito Manuel
Pero como si sus piernas hubieran cobrado vida propia, comenzó a seguir a la extraña comitiva.
- ¿A donde iremos? – pensó aterrorizado.
Unos minutos más tarde, Manuel comprobó asombrado que la procesión se detenía en la puerta de su casa.
- ¿Pero que demonios…? – Murmullo asustado
Los extraños encapuchados se apartaron abriéndole camino hacía la puerta y Manuel muy preocupado entro en su casa.
El salón estaba a media luz, muchos vecinos estaban allí, busco a María no la vio.
- ¿Que pasa aquí? – preguntó. Pero nadie le respondió.
De pronto se fijó en los cirios que ardían al fondo de la habitación, junto a ellos un ataúd abierto. Era un velatorio en su propia casa.
- ¡María! – Gritó. Dios mió ¿?que he hecho, que te ha pasado – continuo diciendo mientras se acercaba al ataúd con la certeza de que aquel ataúd portaba el cuerpo de su gran amor, María.
Se acercó con miedo y la esperanza de que no fuera María la que estuviese allí, asomó la cabeza hacía el interior y comprobó que no era María.
- ¡SOY YO! – fue su grito desgarrador.
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