Hace cerca de mil años, un poeta sufí decía de su doctrina que era un sabor, porque su objeto y su fin podrían definirse como una sabiduría directa de verdades trascendentes, más comparable con las experiencias de los sentidos que con el conocimiento que procede de la mente.
Es también un lugar común dentro de este mísero esquema considerar que la crítica de al-Ghazali había asestado el golpe mortal a la filosofía, y que con Ibn Rushd (Averroes), el gran pensador de Córdoba, el mismo con el que habría de encontrarse un Ibn al-Arabi todavía adolescente, representa su apogeo y término. Es irrisorio detener el destino de la reflexión filosófica del Islam en esa patética pugna entre el oriental al - Ghazali y el andaluz Ibn Rushd.
Sus obras más importantes son Las revelaciones de La Meca y La sabiduría de los profetas , está última, probablemente su obra más leída, considerada su testamento espiritual. En ella expone su concepción del universo y la creación, de clara inspiración panteísta - "No existe Dios, nada hay fuera de él" -, lo que motivó el recelo de los islamistas más ortodoxos.
A pesar de sus esfuerzos por mantenerse dentro de la ortodoxia islámica, admitió la equivalencia de todas las creencias religiosas, en cuya variedad de rituales y leyes veía formalizaciones singulares destinadas a verbalizar el fervor religioso que habita en los hombres. Al situar dicha experiencia religiosa más allá de cualquier medida moral, negaba de modo implícito la existencia del infierno y afirmaba que el Paraíso acogería eternamente a todas las criaturas sin distinción.
Ello le valió la hostilidad de numerosos teólogos sunnitas, entre ellos el sirio Ibn Taymiyya (siglo XIII). Su poemario La intérprete de los ardientes deseos, inspirado por una mujer persa, amalgama figuras bíblicas y coránicas. Por lo que se refiere a sus vastas Conquistas espirituales, constituyen sin duda la enciclopedia más completa del sufismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario